La relación de pareja, cuyo epicentro de origen, es la reproducción, se establece a partir de contratos escritos, hablados o tácitos. Hay tantas formas de relacionarse como culturas. Hoy en día con la fusión simultanea, de todo el patrón caleidoscópico de relaciones sociales desdoblado a lo largo de la historia, vemos relaciones de pareja, multifacéticas.
Tenemos, por ejemplo, simultáneamente en 2005, vestigios de sociedades primitivas que se relacionan entre sí como: clanes de familias, protegiendo la territorialidad de la herencia familiar; otros como feudos, se centran en un “dueño” de varias mujeres; otros más comparten a la mujer con los hermanos, gemelos, o amigos. Finalmente, existe la relación del matrimonio, que en el Occidente, se determina por la religión Judeo-Cristiana como ‘monogámica’. En ella se castiga la sexualidad fuera del matrimonio, etiquetándola como pecado.
Evidencia biológica demuestra que existe un mecanismo de auto-regulación hormonal que forma un ciclo de retro-alimentación entre las hormonas masculinas y las femeninas a través del coito, siempre y cuando exista exclusividad en la pareja. Este balance hormonal equilibra las emociones y por ende, favorece la relación y la mutualidad. A lo largo de la evolución antropológica del hombre, se desarrollan lazos de vinculación en pareja, que van desde la etapa antropoide hasta el ‘homo sapiens’, evolucionando desde: la atracción instintiva del olfato durante la etapa del estro; a través de la atracción químico-reactiva de las hormonas; hasta la neuro-transmisión eléctrica de la voluntad, manifiesta en los mapas mentales de asociación en la corteza cerebral. Antopológicamente, el hombre está determinado a una relación de pareja, ‘monogámica- sucesiva’, puesto que, aunque tiende a tener una sola pareja, los antropólogos definen ciclos de relación de 7 años, con cada pareja (el lapso de evolución natural para garantizar la viabilidad de un producto).
Sin embargo, la relación de pareja no está limitada a esta respuesta `mamífera`. Con la evolución de la voluntad, manifiesta en el desarrollo de la corteza cerebral, surge la ‘libertad de albedrío’, y el derecho de auto- determinación según los valores morales personales. La relación de pareja, entonces, está determinada por el grado de evolución de consciencia, que expande la percepción de un individuo, hacia la mutualidad que integra al “otro”, en un “nosotros”. Este proceso de desarrollo incluyente, hace de la pareja, un escalón en el progreso evolutivo del ser humano, permitiéndole desarrollar habilidades de convivencia social.
Con la introducción de la anticoncepción, en 1945, surge un movimiento social que pugna por una sexualidad con equidad de género, que garantice el derecho equitativo entre hombres y mujeres, al placer. Sin embargo, esta apertura ha conllevado a la ruptura consecuente, entre el “sexo por placer” y el “sexo reproductivo”. Esta brecha ha establecido un parte-aguas de distanciamiento, cada vez mayor, entre la sexualidad como “virtud” y la sexualidad como “pecado”. Como consecuencia de esta polarización moral, las campañas de prevención de infecciones de transmisión sexual y de embarazos no deseados, siguen disipando esfuerzos y recursos, contraponiendo a la promoción de anticonceptivos, con la promoción de valores morales (abstención, o fidelidad). Desgraciadamente, el impacto se refleja en un aumento de infecciones de transmisión sexual, SIDA, y embarazos adolescentes, primera causa de deserción escolar en México (500,000 embarazos en menores de 19 años, al año).
Los medios masivos que irrumpen en la intimidad de la recámara con la televisión, lejos de promover mensajes educativos y actitudes pro-activas, impulsan una cultura de la sexualidad como símbolo de éxito social, promoviendo la relación de pareja como un producto de consumo, desechable, que se puede comprar y vender.
Dentro de este marco histórico, surge además, en la lucha por la democracia, una mega-tendencia social que fortalece la apropiación personal del cuerpo como responsabilidad individual. La mujer y los hijos ya no se conciben como “propiedad” del cónyugue o padre, dejando de ser la pareja, mera extensión de la sexualidad, de la reproducción o del placer, del hombre. Esta apertura extiende el espectro de lo “propio”, a la libertad de decidir sobre el cuerpo, fortaleciendo la auto-determinación y la auto-gobernabilidad. Pasa a ser, ahora, el cuerpo, “responsabilidad personal” y no de la pareja, familia o gobierno, buscando librarse de la imposición de reglas o leyes religiosas o jurídicas que transgredan a los derechos ‘individuales’. Entra en crisis, entonces, el debate del embarazo, la “propiedad” de los hijos, el aborto, y el derecho o no a decidir sobre la propia muerte.
Con la apropiación del cuerpo, se desequilibra la relación de pareja, requiriéndose un nuevo orden en el contrato de equidad de género.
Se abre aún más este abanico de relaciones, cuando se habla de parejas homosexuales.
La Asociación Mexicana de Sexología (AMESEX) define hasta 29 diferentes subtipos de familias. Deja de considerarse como única, la conformación de la familia ‘nuclear’, tradicionalmente integrada por padre, madre e hijos biológicos. Entran en juego casados, divorciados, tus hijos, mis hijos, nuestros hijos, la adopción, la inseminación artificial, y ahora, la ingeniería genética. “Existen tantos contratos en la relación de pareja, como seres humanos, con una nueva ética sexual donde todo se vale, mientras no se violente la voluntad o los derechos del ‘otro’ .” (AMESEX).
Con estas consideraciones cabe reflexionar sobre la mutualidad y la exclusividad dentro de una nueva ética sexual entre las futuras generaciones. Carl Rogers, psicólogo humanista creador la terapia transpersonal, describe como relaciones “satélites” aquellas relaciones en las que se hace extensivo el amor más allá de los límites del contrato social del matrimonio. A diferencia de una relación de “adulterio” donde la copulación es genital, en la relación de satélite se busca apuntalar al amor como el andamiaje de la identidad personal, mismo que afecta a toda la espiral de relaciones afectivas en casa: dentro del trabajo, la comunidad, y la sociedad. Bajo esta consideración “se vale amar más allá del matrimonio”. Se avala el amor del pasado, el amor paralelo al matrimonio, siempre y cuando sus efectos sean constructivos; jamás destructivos. Esta apertura mantiene vivo y abierto al corazón con interacciones vitales de intercambio y enriquecimiento que abren los sistemas “cerrados” a la experiencia, al aprendizaje y al desarrollo humano.
El grave riesgo es trasformar al “amor”, en “pecado”. Estos estereotipos estigmatizan y marcan al alma con un dolor que se asemeja a las cicatrices queloides que vuelven insensible al corazón, contra-restando la dignificación de la intimidad.
Desgraciadamente, las nuevas generaciones ya no creen en el amor. El crecimiento desbordante de divorcios, nulifica la promesa del “amor hasta que la muerte nos separe” . Los dobles mensajes entre padres de familia, que encubren ‘resentimiento y odio’ con la apariencia de ‘amor’, enseñan a los hijos a asociar al amor con la agresión pasiva, despertando en ellos, el temor a la relación de pareja. Estos juegos de co-dependencia víctima/victimario despiertan relaciones sado-masoquistas desde el noviazgo. Prolifera el abuso, el acoso, la violencia y la violación, incluso en el matrimonio. Se ha perdido la orientación en el compás de la vida, haciendo cada vez más difícil el discernimiento para diferenciar entre el “eros” (vida) y el “tanatos”(muerte).
El matrimonio, como relación de mutualidad y exclusividad para toda la vida, no es “natural”. Por ello, los creyentes buscan en su Dios el apoyo “sobrenatural”, necesario para desarrollar los músculos del alma, necesarios para sobrellevarlo: la paciencia, el perdón, la aceptación, la prudencia, la fortaleza, la bondad, ente otros. El filósofo danés, Kierkegaard, asienta que el matrimonio brinda la oportunidad de desarrollar la conciencia y la voluntad, siendo un eslabón en la gran cadena de evolución y desarrollo humano.
No caben posturas reduccionistas que limiten las posibilidades de relación en pareja a los absolutos polarizados. Contrapunteando:
-hay divorcios que deshacen los lazos del matrimonio, por amor, fortaleciendo los lazos de vinculación y afecto de la amistad y aceptación mutua.
-hay lazos de amor que mantienen la exclusividad, a pesar de que una de las partes en la pareja decida, por voluntad, distanciarse. Duele aceptar incondicionalmente, la libertad de decisión de la pareja, pero cabe reconocer y validar el amor, aunque no sea correspondido.
En la relación de pareja hay muchas ‘formas’…pero el fondo sigue , y debe seguir siendo, el AMOR.
Son entonces la mutualidad y la exclusividad, meras manifestaciones del AMOR.
Tenemos, por ejemplo, simultáneamente en 2005, vestigios de sociedades primitivas que se relacionan entre sí como: clanes de familias, protegiendo la territorialidad de la herencia familiar; otros como feudos, se centran en un “dueño” de varias mujeres; otros más comparten a la mujer con los hermanos, gemelos, o amigos. Finalmente, existe la relación del matrimonio, que en el Occidente, se determina por la religión Judeo-Cristiana como ‘monogámica’. En ella se castiga la sexualidad fuera del matrimonio, etiquetándola como pecado.
Evidencia biológica demuestra que existe un mecanismo de auto-regulación hormonal que forma un ciclo de retro-alimentación entre las hormonas masculinas y las femeninas a través del coito, siempre y cuando exista exclusividad en la pareja. Este balance hormonal equilibra las emociones y por ende, favorece la relación y la mutualidad. A lo largo de la evolución antropológica del hombre, se desarrollan lazos de vinculación en pareja, que van desde la etapa antropoide hasta el ‘homo sapiens’, evolucionando desde: la atracción instintiva del olfato durante la etapa del estro; a través de la atracción químico-reactiva de las hormonas; hasta la neuro-transmisión eléctrica de la voluntad, manifiesta en los mapas mentales de asociación en la corteza cerebral. Antopológicamente, el hombre está determinado a una relación de pareja, ‘monogámica- sucesiva’, puesto que, aunque tiende a tener una sola pareja, los antropólogos definen ciclos de relación de 7 años, con cada pareja (el lapso de evolución natural para garantizar la viabilidad de un producto).
Sin embargo, la relación de pareja no está limitada a esta respuesta `mamífera`. Con la evolución de la voluntad, manifiesta en el desarrollo de la corteza cerebral, surge la ‘libertad de albedrío’, y el derecho de auto- determinación según los valores morales personales. La relación de pareja, entonces, está determinada por el grado de evolución de consciencia, que expande la percepción de un individuo, hacia la mutualidad que integra al “otro”, en un “nosotros”. Este proceso de desarrollo incluyente, hace de la pareja, un escalón en el progreso evolutivo del ser humano, permitiéndole desarrollar habilidades de convivencia social.
Con la introducción de la anticoncepción, en 1945, surge un movimiento social que pugna por una sexualidad con equidad de género, que garantice el derecho equitativo entre hombres y mujeres, al placer. Sin embargo, esta apertura ha conllevado a la ruptura consecuente, entre el “sexo por placer” y el “sexo reproductivo”. Esta brecha ha establecido un parte-aguas de distanciamiento, cada vez mayor, entre la sexualidad como “virtud” y la sexualidad como “pecado”. Como consecuencia de esta polarización moral, las campañas de prevención de infecciones de transmisión sexual y de embarazos no deseados, siguen disipando esfuerzos y recursos, contraponiendo a la promoción de anticonceptivos, con la promoción de valores morales (abstención, o fidelidad). Desgraciadamente, el impacto se refleja en un aumento de infecciones de transmisión sexual, SIDA, y embarazos adolescentes, primera causa de deserción escolar en México (500,000 embarazos en menores de 19 años, al año).
Los medios masivos que irrumpen en la intimidad de la recámara con la televisión, lejos de promover mensajes educativos y actitudes pro-activas, impulsan una cultura de la sexualidad como símbolo de éxito social, promoviendo la relación de pareja como un producto de consumo, desechable, que se puede comprar y vender.
Dentro de este marco histórico, surge además, en la lucha por la democracia, una mega-tendencia social que fortalece la apropiación personal del cuerpo como responsabilidad individual. La mujer y los hijos ya no se conciben como “propiedad” del cónyugue o padre, dejando de ser la pareja, mera extensión de la sexualidad, de la reproducción o del placer, del hombre. Esta apertura extiende el espectro de lo “propio”, a la libertad de decidir sobre el cuerpo, fortaleciendo la auto-determinación y la auto-gobernabilidad. Pasa a ser, ahora, el cuerpo, “responsabilidad personal” y no de la pareja, familia o gobierno, buscando librarse de la imposición de reglas o leyes religiosas o jurídicas que transgredan a los derechos ‘individuales’. Entra en crisis, entonces, el debate del embarazo, la “propiedad” de los hijos, el aborto, y el derecho o no a decidir sobre la propia muerte.
Con la apropiación del cuerpo, se desequilibra la relación de pareja, requiriéndose un nuevo orden en el contrato de equidad de género.
Se abre aún más este abanico de relaciones, cuando se habla de parejas homosexuales.
La Asociación Mexicana de Sexología (AMESEX) define hasta 29 diferentes subtipos de familias. Deja de considerarse como única, la conformación de la familia ‘nuclear’, tradicionalmente integrada por padre, madre e hijos biológicos. Entran en juego casados, divorciados, tus hijos, mis hijos, nuestros hijos, la adopción, la inseminación artificial, y ahora, la ingeniería genética. “Existen tantos contratos en la relación de pareja, como seres humanos, con una nueva ética sexual donde todo se vale, mientras no se violente la voluntad o los derechos del ‘otro’ .” (AMESEX).
Con estas consideraciones cabe reflexionar sobre la mutualidad y la exclusividad dentro de una nueva ética sexual entre las futuras generaciones. Carl Rogers, psicólogo humanista creador la terapia transpersonal, describe como relaciones “satélites” aquellas relaciones en las que se hace extensivo el amor más allá de los límites del contrato social del matrimonio. A diferencia de una relación de “adulterio” donde la copulación es genital, en la relación de satélite se busca apuntalar al amor como el andamiaje de la identidad personal, mismo que afecta a toda la espiral de relaciones afectivas en casa: dentro del trabajo, la comunidad, y la sociedad. Bajo esta consideración “se vale amar más allá del matrimonio”. Se avala el amor del pasado, el amor paralelo al matrimonio, siempre y cuando sus efectos sean constructivos; jamás destructivos. Esta apertura mantiene vivo y abierto al corazón con interacciones vitales de intercambio y enriquecimiento que abren los sistemas “cerrados” a la experiencia, al aprendizaje y al desarrollo humano.
El grave riesgo es trasformar al “amor”, en “pecado”. Estos estereotipos estigmatizan y marcan al alma con un dolor que se asemeja a las cicatrices queloides que vuelven insensible al corazón, contra-restando la dignificación de la intimidad.
Desgraciadamente, las nuevas generaciones ya no creen en el amor. El crecimiento desbordante de divorcios, nulifica la promesa del “amor hasta que la muerte nos separe” . Los dobles mensajes entre padres de familia, que encubren ‘resentimiento y odio’ con la apariencia de ‘amor’, enseñan a los hijos a asociar al amor con la agresión pasiva, despertando en ellos, el temor a la relación de pareja. Estos juegos de co-dependencia víctima/victimario despiertan relaciones sado-masoquistas desde el noviazgo. Prolifera el abuso, el acoso, la violencia y la violación, incluso en el matrimonio. Se ha perdido la orientación en el compás de la vida, haciendo cada vez más difícil el discernimiento para diferenciar entre el “eros” (vida) y el “tanatos”(muerte).
El matrimonio, como relación de mutualidad y exclusividad para toda la vida, no es “natural”. Por ello, los creyentes buscan en su Dios el apoyo “sobrenatural”, necesario para desarrollar los músculos del alma, necesarios para sobrellevarlo: la paciencia, el perdón, la aceptación, la prudencia, la fortaleza, la bondad, ente otros. El filósofo danés, Kierkegaard, asienta que el matrimonio brinda la oportunidad de desarrollar la conciencia y la voluntad, siendo un eslabón en la gran cadena de evolución y desarrollo humano.
No caben posturas reduccionistas que limiten las posibilidades de relación en pareja a los absolutos polarizados. Contrapunteando:
-hay divorcios que deshacen los lazos del matrimonio, por amor, fortaleciendo los lazos de vinculación y afecto de la amistad y aceptación mutua.
-hay lazos de amor que mantienen la exclusividad, a pesar de que una de las partes en la pareja decida, por voluntad, distanciarse. Duele aceptar incondicionalmente, la libertad de decisión de la pareja, pero cabe reconocer y validar el amor, aunque no sea correspondido.
En la relación de pareja hay muchas ‘formas’…pero el fondo sigue , y debe seguir siendo, el AMOR.
Son entonces la mutualidad y la exclusividad, meras manifestaciones del AMOR.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario